lunes, 20 de enero de 2014

NOSOTROS O ELLOS Nº 84
EL CEREBRO: EL MÁS AVANZADO ÓRGANO, PRODUCTO DE LA EVOLUCIÓN DE LA MATERIA (3)
Repetimos el final del número anterior: El cerebro humano es un órgano pluricelular compuesto esencialmente de neuronas y células gliales. ¿Cuántas células? Las neuronas se estiman (en el mayor cálculo) en cien mil millones (100.000.000.000) y las células gliales en diez veces más que las neuronas, es decir un millón de millones (1.000.000.000.000). Es en ese órgano donde la materia refleja su mayor desarrollo y perfección. Las células gliales actúan como soporte y custodia de las neuronas y del procesamiento cerebral de la información. Algunas de ellas hasta reemplazan a las funciones de las neuronas en caso de lesión o muerte de éstas. Veremos como funcionan.
Las células gliales o neuroglias se clasifican en macroglias y microglias, las primeras operan en el sistema nervioso central -SNC- (astrocitos protoplasmáticos y fibrosos; oligodendrocitos interfasciculares y satélites y células empedimarias puras o modificadas como tanicitos); las segundas operan en el sistema nervioso periférico –SNP- (Células satélites o capsulares, células de Schwann, células de Muller y otras). Un millón de millones controlando el microambiente celular (a su composición iónica) a los neurotransmisores y a la alimentación con el suministro de citoquinas.
Las células neuronales, que es la forma en que se define a la célula nerviosa y a sus prolongaciones, se clasifican de varias maneras. En este capítulo de un libro de economía, nuestra intensión es simplemente remarcar la importancia de la evolución de la materia orgánica, por lo tanto, la clasificación que efectuamos tanto de las células gliales como las neuronales pueden diferir de otras que efectúen los especialistas de la disciplina.
Estamos refiriéndonos a un máximo de cien mil millones de células neuronales que llevamos en nuestra cabeza. Se encargan de recibir los estímulos provenientes del medio ambiente, los convierte en impulsos nerviosos y los trasmiten a otras neuronas y finalmente van a finalizar a células musculares o glandulares que se encargan de dar respuesta a esos impulsos. Adoptamos la clasificación en cuatro grupos en relación con sus funciones: 1. Soma (neurotransmisores que integran: núcleo, citoplasma, sustancia de Nissi, aparato de Golgi, mitocondrias, neurofibrillas, microtúbulus, lisosomas, centriolos, lipofusinas  melaninas); 2. Dendritas (principales áreas receptoras de impulsos de tipo celulípeta; son prolongaciones del soma con estructura similar al citoplasma, que incrementan el área de contacto de la neurona mediante sus ramificaciones y espinas dendríticas); 3. Neurita (o Axón) que es la prolongación extensa de la neurona (consiste en neurofilamentos y neoritúbulos envueltos en una membrana y conduce el impulso nervioso en sentido celulífugo) y 4. Cono Axónico que es el encargado de iniciar el impulso nervioso.
Hace dos mil quinientos millones de año se iniciaba el camino a la vida desde la materia inorgánica a la orgánica, la vida pre-celular se convertiría en celular y luego en multicelular, llegando a entrelazarse de manera maravillosa dando origen a ese órgano en extremo complejo que denominamos cerebro humano y que está integrado con miles de millones de células (neuronales y gliales) que pesan un kilo y medio promedio, que se “encierra” en el cráneo, en 1.200 centímetros cúbicos de capacidad y poseen axones mielinizados equivalente a 180 mil kilómetros de extensión si las pudiéramos “desenredar” y  10 mil millones de células “piramidales” que transmiten las señales a través de mil billones de conexiones. ¿Milagro? No: trabajo, vida en sociedad y paciencia.
“Homo sapiens” significa “hombre racional”. En esa simple definición ya encontramos lo más valioso que posee un ser humano y que lo “despega” del mundo animal: el raciocinio expresado a través del pensamiento y del desarrollo de la conciencia, de las percepciones, de las sensaciones, que intentan y logran aproximarse a ser un fiel reflejo del mundo exterior.
Las sensaciones nos vinculan con la realidad, con la naturaleza. La palabra proviene del latín “sensus” que deriva en “sensualismo” teniendo en filosofía a su más destacado impulsor: el inglés John Locke. Uno de sus discípulos, Etienne Bonnot de Condillac, francés, publicó en el año 1754 el tratado de las sensaciones donde expresa, como “materialista sensualista”, la siguiente frase:
“… es un trabajo destinado a descubrir las leyes y el proceso que posibilita crear o formar el pensamiento y con él todas las fuerzas espirituales del ser humano… “Debemos comenzar a observarnos desde las primeras sensaciones que experimentamos; debemos descubrir las causas de nuestras primeras operaciones mentales, llegar hasta la fuente de nuestras ideas, mostrar su origen y observarlas hasta los límites que nos ha fijado la naturaleza. En una palabra, como se expresaba Bacón, debemos reconstruir todo el raciocinio humano”
Para su análisis, Condillac recurre a la abstracción. Se imagina una estatua semejante a un hombre, a la que define como “un modelo muerto de un hombre vivo” Luego, a esa estatua, a ese “modelo muerto” le incorpora un sentido: el olfato, y ya la estatua comienza a percibir el mundo… y luego le agrega la vista, el oído, el tacto… A cada agregado de un sentido la percepción del mundo se amplía notablemente pero se señala que, en esa estatua, que ahora cobra vida, no alcanza a explicarse las complejas formas del pensamiento del hombre adulto. De allí surge una premisa: la percepción previa del mundo exterior no alcanza para conocer la naturaleza.
Condillac menciona (sobre el desarrollo hipotético de la conciencia en la estatua) que el principio en que el ser humano desarrolla sus facultades es muy sencillo, ya que está contenido en las sensaciones mismas, pero a la vez asegura que los sentidos no dan al ser que los posee la posibilidad de juzgar sobre la existencia real de esos objetos exteriores, y enuncia:
“Para obligar al hombre a pensar que existen los cuerpos hacen falta tres cosas: primero que sus miembros puedan moverse; segundo que su mano, órgano fundamental del tacto, lo palpe a él y a todo lo que lo rodea y tercero que, entre las sensaciones que experimente su mano, exista una sensación que necesariamente represente a los cuerpos”
Condillac denomina con la palabra “ideas” a todas las percepciones relacionadas al mundo exterior y las clasifica en dos categorías: sensoriales e intelectuales. Las sensoriales nos permiten percibir directamente los objetos, las intelectuales derivan de que esa percepción inicial se fija en nuestra memoria y nos permite operar con esos objetos sin su presencia. Y llega a este punto: admite que las sensaciones constituyen la fuente del conocimiento de la naturaleza y que la naturaleza constituye la base sobre la cual se desarrolla el hombre y el pensamiento.
Es un gran aporte de este materialista pre marxista. Al igual que Darwin ese pensamiento poseía sus límites, ya que la estatua no necesita vivir en sociedad con otras estatuas para convertirse en hombres.
Paúl Holbach sintetiza su tesis con esta frase: “El hombre es obra de la naturaleza”. Define que su capacidad de pensar tiene su origen en la naturaleza y en su contacto con ella es donde se desarrolla. Afirma que lo prueba el acontecimiento que se repite siempre (la experiencia diaria): que todos los niños han crecido hasta llegar a seres que piensan y hablan, es decir, hasta llegar a ser racionales.
También su límite se encuentran, en estos filósofos pre marxistas, de no incluir el medio social y como consecuencia no se observa, o se desconoce, o se subestima (quizá porque las ciencias sociales no estaban tan desarrolladas) que el medio social donde el individuo crece y se desarrolla ejerce un fundamental papel en su formación, y antes, en su sobrevivencia, pues si nadie lo alimenta muere y si es alimentado por animales se desarrolla como ellos si logra sobrevivir.
Darwin lanza su teoría en un medio hostil y define: “El hombre proviene del mono”. A partir de allí muchos otros científicos profundizan sus investigaciones y comienzan a definir con más claridad el largísimo proceso de transición del mono a hombre.
Hace varios millones de años el planeta era cálido y húmedo, con gran parte de su superficie cubierta de bosques y, por ello, los animales, en particular varias especies de monos, estaban muy bien adaptados para la vida en los árboles. Podría haber sido siempre así, si la materia no fuera tan dinámica e inquieta.
En el plioceno superior, hace apenas 4 millones y medio de años, el clima comienza a experimentar cambios que modificaron el hábitat de los mamíferos produciendo, a la vez, cambios en ellos. Como consecuencia de esos cambios muchas especies desaparecen y otras sobreviven modificadas. Cuando surgen las grandes cadenas montañosas, se reduce la temperatura, aparecen grandes regiones desérticas y secas, cambia el régimen de las aguas. Se les crea a los mamíferos, en especial a los monos, una situación en extremo difícil.
Con la reducción de los grandes y cálidos bosques surge el hambre, surge la alternativa de morir de hambre o buscar otros espacios más acogedores. No era para nada un proceso fácil, obtener otros espacios era también una forma de prolongar la agonía. Había que dar un paso fundamental, un paso que lo colocaba por encima de la naturaleza que lo había creado y ahora lo aniquilaba. Había que superara las leyes biológicas de adaptación al medio.

Oscar Natalichio
Centro de Investigaciones Económicas y Sociales  (CIEYS)
15/01/2014

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