miércoles, 19 de septiembre de 2012

El último día de Salvador Allende

MEMORIA HISTÓRICA LATINOAMERICANA
Testimonio de Fidel Castro:


Historia viva Latinoamericana: 

«Trabajadores de mi patria: tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo, donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.
¡Viva Chile, viva el pueblo, vivan los trabajadores!"
Salvador Allende


Por Fidel Castro Ruz
Nosotros nos vamos a referir esencialmente al carácter de combatiente y de soldado de la revolución del presidente Allende el 11 de septiembre. 
A las 6 y 20 de la mañana de ese día, el presidente recibió una llamada telefónica en su residencia de Tomás Moro informándole del golpe militar en desarrollo. De inmediato pone en estado de alerta a los hombres de su guardia personal y toma la firme decisión de trasladarse al Palacio de la Moneda para defender, desde su puesto de presidente de la república, al gobierno de la Unidad Popular. Lo acompaña una escolta de 23 hombres, armados con 23 fusiles automáticos, dos ametralladoras calibre 30 y 3 bazucas, que se traslada con el presidente en cuatro automóviles y una camioneta al Palacio Presidencial, donde llegan a las 7 y 30 de la mañana.
Portando su fusil automático, el presidente, acompañado por la escolta, penetró por la puerta principal de La Moneda. A esa hora la protección habitual de carabineros se mantenía normal en el palacio.
Ya en el interior se reunió con los hombres que lo acompañaban, les informó de la gravedad de la situación y su decisión de combatir hasta la muerte defendiendo al gobierno constitucional, legítimo y popular de Chile frente al golpe fascista, analizó los efectivos disponibles y dictó las primeras instrucciones para la defensa del Palacio.
Siete miembros del Cuerpo de Investigaciones arribaron para sumarse a los defensores. Las postas de carabineros, mientras tanto, se mantenían en sus puestos y algunos adoptaban medidas para la defensa del edificio. Un pequeño grupo de la escolta personal custodia la entrada del despacho presidencial con instrucciones de no dejar pasar ningún militar armado, para evitar una traición.
En el espacio de una hora se dirige tres veces por radio al pueblo expresando su voluntad de resistir.
Pasadas las 8 y 15, por los citófonos de Palacio la junta fascista conmina al presidente a la rendición y la renuncia de su cargo, ofreciéndole un transporte aéreo para abandonar el país en compañía de sus familiares y colaboradores. El presidente les responde que "como generales traidores que son no conocen a los hombres de honor" y rechaza indignado el ultimátum.
El presidente sostiene en su despacho una breve reunión con varios altos oficiales del Cuerpo de Carabineros que habían acudido a Palacio, los cuales rehúsan cobardemente en aquel instante defender al gobierno. El presidente los reprocha duramente y los despide con desprecio, conminándolos a que abandonen de inmediato el lugar. Mientras se efectuaba esta reunión con los jefes de Carabineros llegaron los tres edecanes militares; el presidente les expresa que no era momento para confiar en los uniformados y les pide que se retiren de La Moneda. No obstante, el presidente se despide con afecto del comandante Sánchez, que había sido su eficiente edecán por la Fuerza Aérea durante varios años.
Minutos después de retirarse los edecanes y los altos oficiales de los Carabineros, el teniente jefe a cargo de la Guarnición de Carabineros del Palacio Presidencial, obedeciendo órdenes de su jefatura, instruye a un carabinero que recorra el edificio impartiendo la orden de retirarse a los miembros de la guarnición, los cuales comienzan de inmediato a abandonar La Moneda, llevándose parte de su armamento. Lo mismo hacen los carros blindados de Carabineros, que hasta ese instante estaban en posiciones de defensa del palacio.
Un grupo de diez carabineros, acompañados del portador de la orden de retirada y cumpliendo, sin duda, instrucciones, cuando se retiraban por la escalera principal y ya próximos a la salida, vuelven sus fusiles intentando disparar contra el presidente, siendo enérgicamente ripostados por el personal de la escolta. Son estos los primeros disparos que se cruzan con los golpistas.
Mientras estos hechos ocurrían, numerosos ministros, subsecretarios, asesores, las hijas del presidente, Beatriz e Isabel, y otros militantes de la Unidad Popular, van arribando al palacio para estar junto al presidente en esas horas críticas.
A las 9 y 15 de la mañana aproximadamente, se realizan las primeras descargas desde el exterior contra Palacio. Tropas fascistas de infantería, en número superior a doscientos hombres, avanzaban por las calles de Teatinos y Morandé, a ambos lados de la Plaza de la Constitución, hacia el Palacio Presidencial, disparando contra el despacho del presidente. Las fuerzas que defendían el palacio no pasaban de cuarenta hombres. El presidente ordena abrir fuego contra los atacantes y dispara él personalmente contra los fascistas, que retroceden desordenadamente con numerosas bajas.
Los fascistas introducen entonces los tanques en el combate apoyados por infantería. Un tanque avanza por la calle Moneda, otro por Teatinos, otro por Alameda con Morandé y otro en dirección de la puerta principal por la Plaza Constitución. En ese instante, desde el propio despacho del presidente se abrió fuego de bazuca contra el tanque que estaba junto a la puerta principal, que fue totalmente destruido. Otros dos tanques concentran su fuego sobre el gabinete del presidente y un carro blindado dispara sus ametralladoras hasta la Secretaría Privada y la oficina de escoltas. Varias piezas de artillería, situadas por el lado de la Plaza Constitución, disparan también contra Palacio.
El presidente recorre las distintas posiciones de combate alentando y dirigiendo a los defensores. La lucha violenta se prolonga más de una hora, sin que los fascistas logren avanzar una pulgada.
A las 10 y 45 el presidente reúne en el Salón Toesca a los ministros, subsecretarios y asesores que habían acudido a Palacio para estar junto a él, y les expresa que la lucha en el futuro necesitaría de conductores y cuadros, que todos los que estaban desarmados debían abandonar La Moneda en la primera ocasión posible y todos los que tenían armas debían continuar en sus puestos de combate. Naturalmente que ninguno de los colaboradores que carecían de armas estuvo de acuerdo con esta tesis del presidente; tampoco las hijas del presidente y demás mujeres que se encontraban en La Moneda, se resignaban a abandonar el palacio.
El combate prosiguió violento. Por los citófonos de Palacio los fascistas lanzan rabiosamente nuevos ultimátums, anunciando que si los defensores no se rinden emplearían de inmediato la Fuerza Aérea.
A las 11 y 45 el presidente se reúne con las hijas y restantes mujeres que en número de nueve se encontraban en el palacio, ordenándoles con toda firmeza que debían abandonar La Moneda, pues consideraba que no tenía sentido que murieran allí indefensas. Y de inmediato solicitó de los sitiadores una tregua de tres minutos para evacuar el personal femenino. Los fascistas no conceden la tregua, pero sus tropas comenzaban en esos instantes a retirarse de los alrededores de Palacio, para llevar a cabo el ataque aéreo, lo que produjo un impasse en el combate que permitió la salida de las mujeres.
A las 12 aproximadamente comienza el ataque de la aviación. Los primeros rockets cayeron en el Patio de Invierno que está en el centro de La Moneda, perforando los techos y estallando en el interior de las edificaciones. Nuevas oleadas de aviones y nuevos impactos se suceden unos tras otros, inundando de humo y de aire tóxico todo el edificio. El presidente da órdenes de recolectar todas las máscaras antigases, se interesa por la situación del parque y exhorta a los combatientes a resistir firmemente el bombardeo.
El parque de los fusiles automáticos de la guardia personal del presidente se estaba agotando después de casi tres horas de combate, por lo que el presidente ordenó derribar de inmediato la puerta de la armería de la Guarnición de Carabineros del palacio, donde podía encontrarse parte del armamento de aquélla. Al impacientarse por la tardanza de la información sobre dichas armas, él mismo, cruzando el Patio de Invierno se dirigió a la armería y observando que se demoraban en derribar la puerta ordenó que se emplearan granadas de mano en la operación, lográndose abrir un boquete en el cuarto de armas, de donde extrajeron cuatro ametralladoras calibre 30 y numerosos fusiles Sik, gran cantidad de parque, máscaras antigases y cascos.
El presidente ordena que todo se lleve de inmediato a los puestos de combate y personalmente recorre los dormitorios de los carabineros, recogiendo fusiles Sik y otros armamentos que allí quedaban. El propio presidente cargó sobre sus hombros numerosas armas para reforzar los puestos de combate, exclamando: «Así se escribe la primera página de esta historia. Mi pueblo y América escribirán el resto», lo que produjo profunda emoción en todos los que lo acompañaban.
Mientras el presidente transportaba pertrechos desde la armería, de nuevo se reanuda el ataque aéreo con violencia. Una explosión quebró cristales próximos al sitio donde se encontraba el presidente, lanzando fragmentos de vidrio que lo hieren por la espalda. Fue ésta la primera herida que sufrió. Mientras recibía atención médica ordenó que continuara el traslado de las armas, y no cesaba de preocuparse por la suerte de cada uno de los compañeros.
Minutos después los fascistas reanudan violentamente el ataque, combinando la acción de la Fuerza Aérea con la artillería, los tanques y la infantería. Según los testigos presenciales, el ruido, la metralla, las explosiones, el humo y el aire tóxico convirtieron al palacio en un infierno. No obstante la instrucción dada por el presidente de que se abrieran todos los grifos y llaves de agua para evitar el incendio de la planta baja, el palacio comienza a arder por el ala izquierda y las llamas se propagan hacia la Sala de los Edecanes y el Salón Rojo. Pero el presidente, que no se desalentó un solo instante, ni en los momentos más críticos, ordena hacer frente al ataque masivo con todos los medios disponibles.
Tuvo lugar entonces una de las mayores proezas del presidente. Mientras el palacio estaba envuelto en llamas se arrastró bajo la metralla hasta su gabinete, frente a la Plaza Constitución, tomó personalmente una bazuca, la dirigió contra un tanque situado en la calle Morandé -que disparaba furiosamente contra Palacio- y lo puso fuera de combate con un impacto directo. Instantes después otro combatiente pone fuera de acción un tercer tanque.
Los fascistas introducen nuevos carros blindados, tropas y tanques por la calle Morandé 80, intensificando el fuego por la puerta de acceso a La Moneda, mientras el palacio continuaba ardiendo. El presidente desciende a la planta baja con varios combatientes para repeler el intento de los fascistas de penetrar al interior del palacio desde la calle Morandé, rechazándolo.
Los fascistas suspenden entonces el fuego en ese sector y piden a gritos dos representantes del gobierno con carácter de parlamento. El presidente envía a Flores, secretario general de Gobierno y a Daniel Vergara, subsecretario del Interior, quienes salen por la puerta de la calle Morandé y se dirigen a un jeep militar que se encontraba enfrente. Esto tenía lugar aproximadamente a la una de la tarde. Flores y Vergara conversan con un alto oficial que se encontraba en dicho jeep. Al regresar a Palacio y ya próximo a la entrada, desde el mismo jeep les disparan a traición, recibiendo Flores un impacto en la pierna derecha y Daniel Vergara varios disparos por la espalda, que lo abatieron, siendo recogido por sus compañeros bajo el fuego protector de otros defensores.
Los fascistas habían pedido el parlamento para exigir de nuevo la rendición, ofreciendo facilidades al presidente y los defensores para abandonar Palacio y dirigirse al destino que escogieran. El presidente reiteró de inmediato su decisión de combatir hasta la última gota de sangre, interpretando no sólo su deseo, sino el de todos los heroicos defensores de Palacio. Desde la planta baja resistieron las embestidas procedentes de Morandé, mientras la entrada principal de Palacio estaba ya prácticamente destruida.
Próximo a la 1 y 30, el presidente sube a inspeccionar las posiciones de la planta superior. A estas alturas numerosos defensores habían perecido por la metralla, las explosiones o calcinados por las llamas. El periodista Augusto Olivares asombró a todos por su comportamiento extraordinariamente heroico. Habiendo sido herido grave, fue atendido y operado en la sala médica de Palacio, y cuando todos lo suponían yaciendo en una cama, con el arma en la mano ocupó de nuevo su puesto de combate en el segundo piso junto al presidente. Sería prolijo enumerar aquí los nombres y los actos de heroísmo de los combatientes que allí se destacaron.
Pasada la 1 y 30 los fascistas se apoderaron de la planta baja de Palacio, la defensa se organiza en la planta alta y prosigue el combate. Los fascistas tratan de irrumpir por la escalera principal. A las 2 aproximadamente logran ocupar un ángulo de la planta alta. El presidente estaba parapetado, junto a varios de sus compañeros, en una esquina del Salón Rojo. Avanzando hacia el punto de irrupción de los fascistas recibe un balazo en el estómago que lo hace inclinarse de dolor, pero no cesa de luchar; apoyándose en un sillón continúa disparando contra los fascistas a pocos metros de distancia, hasta que un segundo impacto en el pecho lo derriba y ya moribundo es acribillado a balazos.
Al ver caer al presidente, miembros de su guardia personal contraatacan enérgicamente y rechazan de nuevo a los fascistas hasta la escalera principal. Se produce entonces, en medio del combate, un gesto de insólita dignidad: tomando el cuerpo inerte del presidente lo conducen hasta su gabinete, lo sientan en la silla presidencial, le colocan su banda de presidente y lo envuelven en una bandera chilena.
Aun después de muerto su heroico presidente, los inmortales defensores del palacio resistieron durante dos horas más las salvajes acometidas fascistas. Sólo a las cuatro de la tarde, ardiendo ya durante varias horas el Palacio Presidencial, se apagó la última resistencia.
Muchos se asombrarán de lo que aquí se acaba de narrar. Y así es, sencillamente asombroso. La alta oficialidad fascista de los cuatro cuerpos armados se había levantado contra el gobierno de la Unidad Popular y sólo cuarenta hombres resistieron durante siete horas el grueso de la artillería, los tanques, la aviación y la infantería fascista. Pocas veces en la historia se escribió semejante página de heroísmo.
El presidente no sólo fue valiente y firme en cumplir su palabra de morir defendiendo la causa del pueblo, sino que se creció en la hora decisiva hasta límites increíbles. La presencia de ánimo, la serenidad, el dinamismo, la capacidad de mando y el heroísmo que demostró, fueron admirables. Nunca en este continente ningún presidente protagonizó tan dramática hazaña. Muchas veces el pensamiento inerme quedó abatido por la fuerza bruta. Pero ahora puede decirse que nunca la fuerza bruta conoció semejante resistencia, realizada en el terreno militar por un hombre de ideas, cuyas armas fueron siempre la palabra y la pluma.


Salvador Allende demostró más dignidad, más honor, más valor y más heroísmo que todos los militares fascistas juntos. Su gesto de grandeza incomparable, hundió para siempre en la ignominia a Pinochet y sus cómplices.
¡Así se es revolucionario!
¡Así se es hombre!
¡Así muere un combatiente verdadero!
¡Así muere un defensor de su pueblo!
¡Así muere un luchador por el socialismo!
Las ultimas palabras del compañero presidente Salvador Allende:
«Trabajadores de mi patria: tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo, donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.
¡Viva Chile, viva el pueblo, vivan los trabajadores!
Estas son mis últimas palabras, teniendo la certeza de que el sacrificio no será en vano. Tengo la certeza que por lo menos, habrá una sanción moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición.

martes, 11 de septiembre de 2012

El legado de Salvador Allende: “de los trabajadores es la victoria”


Este 11 de septiembre se cumplen 39 años del golpe de estado fascista que terminó con el gobierno legítimamente constituido del doctor Salvador Allende (1908-1973) y que abortó, los procesos democráticos y revolucionarios, emprendidos en Chile durante su mandato.

Allende llegó al poder mediante una amplia coalición de partidos políticos y fuerzas sociales, que elaboraron de forma conjunta lo que se denominó el programa de gobierno de la Unidad Popular.  Entre estas vigorosas expresiones políticas se encontraban los partidos siguientes: Comunista, Socialista, Radical y Social Demócrata, el Movimiento de Acción Popular Unitaria y la Acción Independiente.

Tres años duró el titánico esfuerzo del gobierno de izquierda chileno por emprender las transformaciones que urgían en la nación suramericana, hasta que un 11 de septiembre de 1973,  las fuerzas de la reacción nacional y el imperialismo norteamericano, rompieron el orden constitucional, perpetrando el sanguinario golpe de estado que llevó a Allende a su inmolación, a su sacrificio heroico y revolucionario, siendo fiel a su juramento presidencial  hasta sus últimos momentos.

Las palabras finales del presidente, a través de Radio Magallanes, fueron proféticas ese 11 de septiembre, cuando los militares chilenos, comandados por el genocida Augusto Pinochet, iniciaron  el brutal ataque aéreo y el posterior asalto al Palacio de la Moneda.
Allende profetizó que un día, más temprano que tarde, la democracia avanzaría en América Latina, y  que se  “abrirían las amplias alamedas”, para un ser humano nuevo, constructor de un orden distinto.

La vía chilena hacia el socialismo, como se denominó la experiencia de ese pueblo y de ese gobierno suramericano, a diferencia del resto de los procesos electorales ganados por la izquierda democrática latinoamericana y arrebatados, en esa década y en las anteriores (en nuestro caso, el fraude electoral y la imposición militar de 1972 y 1977) por las derechas y las castas militares incondicionales al poder, significó un hecho inédito en Latinoamérica. Por primera vez, una izquierda como la chilena, llegaba al ejercicio del ejecutivo.

Allende, al igual que su homólogo, el presidente guatemalteco Jacobo Árbenz (forzado a renunciar en junio de 1954), fueron víctimas de la conspiración antipopular, amparada por la CIA y que tuvo como su punta de lanza, la traición de las fuerzas armadas a la constitución y al estado de derecho. El ejército cumplió entonces, el papel asignado por el poder: ser el custodio de los intereses minoritarios  y el carnicero del pueblo indefenso.

Desgraciadamente estos mismos procesos se repiten, salvando los contextos históricos y sus características. El fascismo emerge en su rostro más monstruoso, como el instrumento de los grupos financieros nacionales y trasnacionales. Emerge con el pasado golpe de estado en contra del presidente hondureño Manuel Zelaya.  Emerge con los intentos fallidos de desestabilización a los proyectos democráticos del cono sur. Emerge con las políticas de crudo neoliberalismo aplicadas a nuestra región centroamericana, que nos endeudan cada día, hipotecando nuestra soberanía nacional. Emerge con el lenguaje seductor del populismo de derecha, que a nadie engaña, en el presente ámbito nacional.

En el caso del Chile de Allende, de la Guatemala de Árbenz, de la Honduras de Zelaya, o de los intentos golpistas en la Venezuela del presidente Chávez, estos procesos han tenido como escenario previo, un clima de inestabilidad política, social y económica, auspiciado por la derecha y su espectro de partidos políticos,  en contubernio con sus recursos ideológicos: los medios de comunicación masiva, las iglesias, las gremiales privadas y las organizaciones fantasmas.

Allende y el proceso chileno constituyen un legado democrático, para América Latina. El pensamiento del presidente Allende y la experiencia chilena, deben ser leídos y analizados, en el escenario del siglo XXI. Su testimonio constituye una fuente inagotable que puede iluminar nuestra actual realidad nacional, regional y latinoamericana.

Allende representó un modelo de conducta política, basada en la honestidad, la ética, y en una profunda convicción de los lazos indisolubles entre gobierno y pueblo. Dos realidades que son insoslayables en la construcción y en el ejercicio del poder popular.

Vivimos en El Salvador, una experiencia inédita y compleja.  Los escenarios, sin lugar a dudas,  son otros. El capitalismo internacional vive una severa crisis que nos golpea, y que representa una variable determinante en los procesos políticos, sociales y económicos de un gobierno empeñado en cumplir con su oferta electoral. Sin embargo, y pese a todos los problemas, se han llevado a cabo en estos años, verdaderos avances en una política social que ha paleado, en la medida de las posibilidades, una nefasta herencia dejada por los años de gobiernos areneros. Continuar con los cambios y empoderar al pueblo en un próximo gobierno es una imperiosa necesidad.

Sólo siendo fieles al mandato popular, podremos escuchar y valorar, a través de la historia, las palabras del  presidente Salvador Allende, en esa salutación, en ese compromiso con los trabajadores y trabajadoras, que deben ser siempre el punto de partida y de llegada, de todo gobierno que se precie de ser gobierno por la voluntad, por la confianza, por la esperanza popular: “De los trabajadores es la victoria. Del pueblo sufrido que soportó, por siglo y medio, bajo el nombre de Independencia, la explotación de una clase dominante incapaz de asegurar el progreso y de hecho desentendida de él. La verdad, lo sabemos todos, es que el atraso, la ignorancia, el hambre de nuestro pueblo y de todos los pueblos del tercer mundo, existen y persisten porque resultan lucrativos para unos pocos privilegiados. Pero ha llegado, por fin, el día de decir basta. Basta a la explotación económica. Basta a la desigualdad social. Basta a la opresión política. Hoy con la inspiración de los héroes de nuestra patria, nos reunimos aquí para conmemorar nuestra victoria de Chile y también para señalar el comienzo de la liberación. El pueblo al fin hecho Gobierno asume la dirección de los destinos nacionales”. (*)

(*) Fragmento del Discurso inaugural. Estadio Nacional, Santiago de Chile, 5 de junio de 1970. Tomado de: “Salvador Allende, la vía chilena hacia el socialismo”, Editorial Fundamentos Madrid, España, 1971., p.9.

 

domingo, 2 de septiembre de 2012

Aniversario de Independencia Liberación de Vietnam: un hecho que marcó a la historia mundial


Luego de la victoria en la guerra por la liberación nacional contra los invasores japoneses en 1945, el pueblo de Vietnam pudo festejar el triunfo de la revolución independentista liderada por Ho Chi Minh con el apoyo del estratega militar Vo Nguyen Giap.
A partir de esa victoria enfrentaron y vencieron años después, en 1954, a las propias tropas francesas empeñadas en mantener la colonización sobre toda la Península Indochina.
Con el triunfo de los revolucionarios el 19 de agosto de 1945 llegó la independencia y semanas después, el 2 de septiembre, se pudo proclamar la República Democrática de Vietnam.
A los sesenta y cinco años de aquella proclama, Vietnam es hoy uno de las países más pujantes como potencia intermedia emergente en el mundo.
Los años previos
Hasta inicios de la Segunda Guerra Mundial, Francia mantuvo el dominio a través de sus colonias en Indochina (Laos, Camboya y Vietnam). Cuando Japón, aliado a Alemania e Italia, ataca a las colonias francesas en Asia se debilita el poderío colonial francés sobre la región.
El imperio nipón invadió la Península Indochina y expandió su poderío por diversas naciones de la región. Desde ese momento, los recursos naturales de Vietnam fueron explotados por Japón para sus campañas militares en Birmania, Malasia e India.
Para entonces, el Partido Comunista de Indochina (PCI) había sido fundado por Ho Chi Minh, que impulsó como motor de la Revolución el Vietminh, o La Liga por la Independencia de Vietnam.
Con este frente único de obreros, campesinos, pequeño burgueses y burgueses nacionalistas, el Vietminh defendió su territorio contra el invasor imperio japonés hasta que capituló luego de la destrucción de Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945 con las bombas atómicas lanzadas por EEUU.
El Frente organizado por Ho Chi Minh ya contaba un ejército poderoso y un amplio respaldo popular que los llevó al triunfo contra los japoneses y luego tuvieron que librar diversas batallas contra el fortalecido ejército colonial francés en lo que se llamó la I Guerra de Indochina (1945–1954).
La mayor derrota de los franceses se dio en la célebre batalla de Dien Bien Phu en la primavera de 1954 (mayo) luego de la cual se produjo la negociación entre las partes en conflicto pues las fuerzas aliadas a los colonizadores era numerosa y los patriotas liderados por Ho Chi Minh prefirieron -antes de proseguir las batallas y las muertes- negociar en Ginebra la paz con Francia, aliada de EEUU, y la retirada francesa con lo cual le fue impuesta la división de la nación por el paralelo 17.
Un líder desde el pueblo
De origen humilde, Nguyen Ai Quoc (1890-1969), que luego adoptaría el nombre de Ho Chi Minh, desde muy joven recorrió Inglaterra, Francia, China y Rusia, desempeñando diversas labores como cocinero, sobrecargo, traductor y maestro.
Desempeñándose como cocinero en un barco trasatlántico para poder viajar a Europa, Ho Chi Minh conoció al ya famoso Charles Chaplin pero no fue hasta después del triunfo vietnamita que Chaplin supo de la anécdota contada por el propio líder político.
Esta etapa de su vida le permitió a Ho acercarse a la Internacional Comunista, para después trasladarse a China donde organizó la Juventud Revolucionaria.
Sobre aquella base fundó más tarde el Partido Comunista Indochino en 1930.
Condenado a muerte por las autoridades coloniales francesas, se refugió en la Unión Soviética y en 1938 entró en contacto con Mao Tse Tung en China, desde donde pasó a Vietnam en 1941 para participar en la lucha contra Japón que había desplazado a Francia pero sólo hasta 1945.
Bajo la premisa central de construir el socialismo en Vietnam, Ho Chi Minh impulsó en la nación asiática una profunda reforma agraria y llamó a respetar un estilo de vida austero y popular.
La lucha revolucionaria de Ho Chi Minh no se detuvo sino hasta su muerte, aunque no pudo ver la retirada de las tropas estadounidenses de Vietnam, uno de los grandes triunfos de soberanía del país asiático que desde ese momento pudo reunificarse.
La invasión


Como sucede hasta en la actualidad, Estados Unidos no podía permitir el surgimiento de un país con un nuevo sistema político y social conducido fundamentalmente por campesinos y obreros.
Por esa razón, y esgrimiendo el combate internacional contra el comunismo, la potencia occidental desató la invasión en 1956 con el apoyo de los gobernantes y las tropas colonizadas del sur.
A las razones políticas de geoestrategia de Estados Unidos se unen los intereses económicos de las empresas norteamericanas en la región.
Durante la presidencia de Eisenhower se había apoyado a Francia para mantener bajo control las explotaciones de caucho, tungsteno, estaño, materias primas estratégicas. Esa operación como otras muchas en Asia y Africa fue el resultado de la aplicación del Plan Marshal, ideado por EEUU para sustituir a los capitales de Europa usando el móvil de la reconstrucción europea.
El régimen del sur de Vietnam también fue sostenido por la administración de John F. Kennedy, con envío de hasta 60 mil “asesores”. En los siguientes años la cifra de efectivos sobrepasó los 250 mil, además de los mercenarios y tropa títere nativa.
Pero en el sur de la nación asiática ya comenzaba a crecer el Frente de Liberación Nacional formado por patriotas del sur, que con el apoyo de la RDV logró la derrota de las tropas extranjeras en 1975.
Cuando el ejército estadounidense llegó al país encontró lo que luego sería uno de los rasgos más notorios de la guerra: un sistema táctico de combate empleado por los patriotas vietnamitas que erosionó la moral de los uniformados norteamericanos.
En Estados Unidos la opinión pública no tardó en condenar la guerra y de esos tiempos se recuerdan las movilizaciones masivas, encabezadas sobre todo por jóvenes, que rechazaban la invasión norteamericana.
La máquinaria bélica estadounidense utililizó para los combates bombardeos masivos y el empleo del destructor “agente naranja”, una de las armas químicas más letales, constituyendo estas últimas violaciones a diversas convenciones internacionales de guerra que las prohíben.
Todavía hoy en Vietnam se denuncian las secuelas en los ciudadanos producidas por esas armas ilegales.
Según datos de organismos internacionales, para 1975 la invasión a la nación vietnamita había causado la muerte de entre 3,8 y 5,7 millones de personas, la mayoría de ellas civiles, y graves daños medioambientales.
El 27 de enero de 1973 se firmó el Acuerdo de Paz de París, donde se reconoció formalmente la soberanía de ambas partes Vietnam del Norte y del Sur, y se decidió el retiro de las tropas estadounidenses para el 29 de marzo de ese año.
Pero el gran momento en la historia del país sería en abril de 1975 cuando las fuerzas de liberación tomó Saigón, la capital de Vietnam del Sur, y se produjo el triunfo definitivo sobre las fuerzas enemigas.
Desde ese momento comenzó una intensa campaña de colectivización del campo y las fábricas, aunque debido a la gran destrucción, los problemas humanitarios y económicos fueron solucionándose de manera lenta.
El día después
Al finalizar la guerra de Vietnam, el principal objetivo fue reconstruir al país, destruido por los bombardeos en el sur y contra la RDV de Estados Unidos.
Con paciencia y respetando las particularidades del socialismo, lentamente el pueblo vietnamita resurgió de un infierno construido por napalm y muertes por parte de las tropas norteamericanas.
En 1986 se implementaron las reformas conocidas como Renovación o Doi Moi, donde se motivó la propiedad privada en el campo y las empresas, además de la inversión extranjera.
De esta forma la economía de Vietnam alcanzó un rápido crecimiento en la producción industrial y agraria, la construcción y las exportaciones.
Aunque para 2007 la población bajo la línea de la pobreza era de 14.75%, la economía vietnamita se considera una de las de más rápido crecimiento a nivel mundial.
Hoy, Vietnam posee una de las más altas tasas de crecimiento económico y por su destacados avances desempeña la presidencia protempore de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (Asean) integrada por 10 naciones.
Para beneficio de sus históricos hermanos laosianos y camboyanos, Vietnam participa con proyectos de desarrollo en estos dos países, que junto a Tailandia y Myanmar, antes Birmania, se localizan también en la Península de Indochina.