Los 70 años de la liberación del campo emblema del exterminio
planificado, sistemático e industrial de millones de seres humanos tuvo
repercusión en todo el mundo occidental y se coló en la tormentosa coyuntura
política local.
Al acto en el museo que está situado en el mismo campo de
exterminio –cuya imagen sigue apuñalando los mitos de la supuesta virtuosidad
de la racionalidad moderna– asistieron, además de algunos cientos de sobrevivientes,
muchos funcionarios de distintos Estados que, con adhesiones de ocasión,
honraron a las víctimas y llamaron una vez más al no olvidar.
Entre todas las presencias, hubo representantes de Estados
que durante la guerra conocían la ubicación de los campos y nunca los
bombardearon; Estados que especularon hasta el final con su entrada a la Europa
continental para terminar con el nazismo, esperando el desgaste de la Unión
Soviética; Estados que tuvieron gobiernos colaboracionistas o que simplemente
toleraron exterminio o usufructuaron de él.
El acto, que tuvo una gran cobertura de prensa, tuvo una sola
exclusión relevante: Rusia. Seguramente un castigo por su enfrentamiento con la
actual Ucrania sumisa a las recetas políticas y económicas de la Unión Europea
y los EE.UU.
Vergonzosamente, la nación que dirigió el país que dejó en el
campo de batalla la mitad de los muertos de toda la guerra para derrotar al
nazismo, y que además liberó todos los campos de exterminio, estuvo excluida.
Entre espectros, sobrevivientes y funcionarios, faltaban los
que tenían que estar en el acto por la liberación de Auschwitz: los que habían
liberado el campo. Un paso más en reescribir la historia a imagen y semejanza
de intereses geopolíticos actuales y abusar de las identidades de las víctimas
en nombre de relatos que seguramente la mayoría de ellos no hubiesen avalado.
La presencia actual de Auschwitz y el exterminio judío en la
cultura occidental no es proporcional al castigo que tuvieron los
perpetradores. Las políticas de impunidad y “juicios emblemáticos” que los
países vencedores de Occidente implementaron después de la guerra fue lo
dominante. Los famosos juicios de Nuremberg no alcanzaron las 20 condenas, y
específicamente por Auschwitz hubo un juicio en la Polonia comunista con 40
condenados entre penas de muerte y cadenas perpetuas, y otro en la Alemania
Occidental; el juicio de Frankfurt entre 1963 y 1965, con una pequeña cantidad
de juzgados –sólo 22–, 18 condenas, todas mucho más generosas que las del lado
comunista: 6 cadenas perpetuas y el resto, condenas de alrededor de diez años.
En este rincón del mundo está por finalizar la etapa del
primer gobierno en la historia que impulsó que se incluya en los programas de
estudio de muchos distritos la historia del genocidio judío, un gobierno que ha
producido excelente material didáctico sobre el tema para miles de docentes de
todo el país, informando y formando a nuestros chicos y nuestras chicas sobre
éste y otros genocidios, y un gobierno que, sobre todo, impulsó e impulsa el
juzgamiento y condena, como ningún país lo ha hecho hasta ahora, de los
perpetradores de nuestro propio genocidio. Genocidio que se llevó además la
vida de por lo menos mil judíos, algunos de ellos hijos de sobrevivientes y
luchadores antinazis, cosa que la dirigencia judía actual pareciera no saber o
no importarle.
Este gobierno conmemoró oficialmente el 27 de enero la
entrada soviética en Auschwitz con la ausencia de la dirigencia comunitaria
judía. Una dirigencia que vergonzosamente se viene prestando a todas las
maniobras de distintos factores de poder y de la oposición política de derecha,
para deteriorar lo más posible al Gobierno. El objetivo es garantizar que el
próximo gobierno sea totalmente sumiso a los poderes locales y mundiales como
lograron hacer en el final de Alfonsín, allá por 1989, con el arma de la
hiperinflación y la fuga de dólares, arma con la que fracasaron hace
exactamente un año.
Poderes visibles y ocultos que en el plano local no sólo
fueron responsables de la masacre dictatorial sino, como mínimo, de la
impunidad absoluta en que se encuentra la causa AMIA.
Por otro lado, muchos dirigentes políticos y actores
mediáticos que hoy se rasgan las vestiduras por los muertos sin justicia de la
AMIA aprendieron la utilidad de la construcción de una sensibilidad artificial
producida contra el gobierno nacional, apelando al tema “judío” (Nisman, el
fiscal judío asesinado o suicidado, la impunidad en la causa AMIA, la supuesta
transacción con los supuestos perpetradores), sensibilidad que, han
descubierto, tiene gran capacidad de daño internacional con independencia total
de la seriedad de la denuncia. Todo esto con un solo objetivo: librar, en las
mejores condiciones para ellos y en las peores para el país, la madre de todas
las batallas que no es el fin de la impunidad sino una mucho más mezquina: las
próximas elecciones presidenciales.
Uso de los muertos para falsear la historia en Polonia y en
Buenos Aires.
La actual dirigencia comunitaria parecería hoy sólo responder
a políticas nacionales e internacionales que borran de manera flagrante la rica
historia de la comunidad judía argentina. Desde sectores de la AMIA y la DAIA
hoy se pide la expulsión de un canciller judío hijo de un gran periodista
argentino víctima del secuestro y tortura por parte de Ramón Camps, uno de los
jerarcas de la última dictadura y confeso antisemita.
Su expulsión obligaría a la pregunta por la no expulsión de
dirigentes socios de negocios y de impunidad con el gobierno menemista en la
década del ’90, cuyo máximo referente de entonces hoy está procesado por
encubrimiento del atentado a la AMIA.
La posición, por convicción, conveniencia o ingenuidad, que
viene tomando la dirigencia de la comunidad judía argentina, arrastra a gran
parte de los judíos argentinos a ser utilizados como seguramente lo fue el
fiscal Nisman y como lo explicó brillantemente Meir Margalit en una nota que
reprodujo este diario el 28/1: “Y así los judíos argentinos, cuyo dolor es
real, se convirtieron en peones en manos de intereses extranjeros que no tienen
nada que ver con ellos. Peor aún, son funcionales a un proceso histórico
orquestado por fuerzas a las que no sólo no les interesan los judíos sino que
ajustarán cuentas con ellos a la primera de cambio.
Irónicamente, pareciera que los judíos argentinos, que la
semana pasada salieron a la calle con carteles que decían ‘Somos Nisman’,
sabían de qué estaban hablando”.
* Licenciado en Sociología. Docente UBA, investigador de la Untref.
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