jueves, 26 de diciembre de 2013

NOSOTROS O ELLOS Nº 67

EFECTOS PARADOJALES EN EL CAPITALISMO QUE NO REGISTRAMOS (4)

Los efectos paradojales en el capitalismo surgen de su naturaleza (donde rigen leyes) y de su necesidad de dominio (donde rigen las conciencias  y las inconciencias).

Entre los efectos que tienen origen en su naturaleza se encuentran la explotación del hombre por el hombre, la apropiación de los medios de producción y del conocimiento científico. Esos efectos también integraron las formaciones anteriores, las del feudalismo y esclavismo. Pero lo paradojal es que la burguesía devora (elimina, absorbe, supedita) burguesía.  La mayoría inmensa de burgueses fueron, son y van a ser eliminados por una parte cuantitativa menor de su propia clase, por la Gran Burguesía, denominada Oligarquía Financiera, tema que lo hemos desarrollado con amplitud en el número 64.

En el número 65 nos referíamos a las clases sociales y a la lucha de clases, y mostrábamos el desarrollo de las Formaciones Económico Sociales (FES) en sus pasos por la historia. De esa forma observamos que el esclavismo se mantuvo vigente durante 4.100 años, que el feudalismo duró 1.500 y que el capitalismo lleva apenas 300 y ya tambalea. Señalamos que, en la sociedad sin clases sociales antagónicas, como lo fue la Comunidad Primitiva o Comunismo Primitivo ese período duró aproximadamente 40 mil años.

En este capítulo comenzamos a mencionar la palabra “conservar” y comenzamos también a referirnos al dominio cultural como principal arma ofensiva del imperialismo (capitalismo de los monopolios).

Es en la entrega 66 donde damos un ejemplo de los efectos desastrosos que provoca ese dominio cultural en las mentes de los afectados, los que se convierten en mensajeros funcionales y gratuitos, utilizados por las corporaciones y sus secuaces para evitar los cambios que generen un futuro digno y humano. Sucede, entonces, algo similar a lo ocurrido en las guerras mundiales, donde se enfrentaban trabajadores contra trabajadores mientras los monopolistas “rivales” se reunían para hacer negocios con la muerte (Ver Nosotros o Ellos Nº 54, 55, 56, 57, 58, 59. 60. 61, 62 y 63).

Ahora el fenómeno es acentuado por el fuerte dominio cultural, dominio que les brinda al imperialismo la posibilidad de ser utilizado como herramienta de sometimiento, haciendo uso para ello, de los grandes medios de comunicación en su poder y de los sistemas educativos donde son las universidades, privadas o estatales, las que más se brindan a jugar ese papel, logrando que esos medios actúen con la máxima eficiencia y rapidez en la formación de jaurías de profesionales analfabetos funcionales; en hombres -y mujeres- mediocres, como los describiera con tanta claridad José Ingenieros ( a quien aconsejamos leer).

La ventaja para las corporaciones y sus medios es que, para crear un analfabeto funcional es necesario, como condición, que el designado a serlo no sea analfabeto, lo que es otra de las paradojas del capitalismo: es posible convertir en analfabeto a un instruido y no es posible convertir en analfabeto al que ya lo es.

El analfabeto formal, el que lo es producto de la marginación y el abandono e inequidad social, puede aprender bien por no encontrarse contaminado; en cambio, el analfabeto funcional, que sabe leer y escribir; a atravesado, en general, por todos los niveles de la educación formal “oficial”, desde el jardín infante hasta la universidad e incluso doctorados y lo que ha recibido (y no cuestionado), en especial en las llamadas “ciencias sociales”, es una (desin-) formación de años, a la que acompaña luego con su “práctica laboral”, tanto como dependiente o independiente.

El analfabeto funcional cree, a pie juntillas, está muy convencido, que lo que dice y piensa es producto de su mente, no de la colonización de su mente. De esa manera se convierte en un eficaz reproductor de las ideas, hábitos y costumbres del Modo de Producción dominante. Se convierte en un apologista y en un pregonero que se coloca gratuitamente al servicio de sus verdugos, quienes lo usan mientras le resulte útil y lo expulsan sin miramientos cuando deja de serlo.

No nos cansaremos de repetirlo: en las guerras imperialistas han muertos millones de personas. En los enfrentamientos directos, por ejemplo, durante la primera guerra mundial murieron casi 10 millones de personas (en combate 6,5 millones; por las heridas recibidas 1,4 millones; por enfermedades en el frente  1,6 millones y en cautiverio 600 mil).

Tampoco nos cansaremos de repetirlo: en la “paz” imperialista mueren más personas que en las guerras que ellos mismos producen. ¿Qué son, sino entonces los 10 millones de niños que mueren por año por causas evitables, por no comer o carecer de vacunas y medicamentos?

Observen este dato monstruoso: la primera guerra mundial (7/1914-11/1918) se desarrolló durante 1590 días, de esa manera el promedio de muertos por día fueron 6.200 personas. Hoy, “en paz” mueren por día 27.400 niños. Si tomamos el mismo período que duró la guerra podemos señalar que en 1590 días mueren por causa evitables 45, 5 millones de niños de 0 a 5 años en el paraíso capitalista.

Las guerras son interimperialistas, por el dominio de territorios y ganancias; pero en los denominados períodos de paz la competencia entre los monopolios produce estragos mayores que no son observados correctamente por los “ciudadanos”. El asesinato de tantos niños pareciera no conmover a las personas, en especial a aquellas que no atraviesan por ese “sorteo del destino”. Encontramos a los monos ilustrados que nos explican “para qué traen hijos al mundo si no lo pueden alimentar”, hasta los super-ilustrados que le solicitan a los monopolios, a los causantes de los genocidios, que posean “responsabilidad social”.

Repetimos nuestra aseveración: La ventaja para las corporaciones y sus medios es que, para crear un analfabeto funcional es necesario, antes, que el designado no sea analfabeto, lo que es otra de las paradojas del capitalismo: es posible convertir en analfabeto a un instruido y no es posible convertir en analfabeto al que ya lo es.

Esa afirmación, siempre temeraria como es habitual en nuestros análisis, requiere de otra condición previa para que funcione; esa otra condición previa es el conservadurismo. Para poder entender mejor este fenómeno comenzaremos con el diccionario, donde éste define que significa el término conservador.

Como siempre, para cada palabra hay varias acepciones, ésta registra tres: 1. Que conserva; 2. Dicho de una persona, de un partido, de un gobierno, etc.: especialmente favorable a la continuidad en las formas de vida colectiva y adversa a los cambios bruscos o radicales; 3. En algunas dependencias, hombre que cuida de sus efectos o intereses con mayor representación que los conserjes en otras.

Y como mencionamos el término conservadurismo (que es igual a conservadorismo) también vemos cómo lo define el diccionario, en este caso con dos acepciones; 1. Doctrina política de los partidos conservadores; 2. Actitud conservadora en política, ideología, etc.

Finalmente, para no agotar la paciencia de nadie, vemos qué acepciones posee el término conservar, encontrando cinco y señalando en negritas las que más se aproximan a nuestro razonamiento: 1. Mantener algo o cuidar de su permanencia; 2. Mantener vivo y sin daño a alguien; 3. Continuar la práctica de costumbres, virtudes y cosas semejantes; 4. Guardar con cuidado algo y 5. Hacer conservas.

Ya en febrero de 1848, Marx y Engels escribían en el Manifiesto Comunista estos párrafos, muy vinculadas a lo que ahora estamos tratando:

“De todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía, no hay más que una verdaderamente revolucionaria: el proletariado. Las demás perecen y desaparecen con la gran industria; el proletariado, en cambio, es su producto genuino y peculiar”.

“Los elementos de las clases medias, el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el labriego, todos luchan contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia como tales clases. No son, pues, revolucionarias, sino conservadoras”.

Ya en el Manifiesto se señala con claridad que hay un gran conjunto de sectores de la sociedad que poseen (o creen poseer) bienes y tratan, “lógicamente” de conservarlos. Son sectores de la pequeña y mediana burguesía y del campesinado no terrateniente; son también los cuentapropistas.

Esos sectores, en 1850 tenían en claro que la burguesía mayor los desplazaría, hoy, 160 años después, muchos de los destinados a desaparecer en el proceso histórico no lo perciben así, y más aún, creen (les hacen creer) que pueden, alguno de ellos, crecer y hasta integrar esa oligarquía financiera que hoy gobierna casi toda el área capitalista internacional.

Pero el éxito mayor del imperialismo es haber sabido convertir en “conservadores” a millones de trabajadores que se enfrentan con otros trabajadores como en la primera y en la segunda guerra mundial. No son burgueses, no poseen propiedad sobre medios de producción ni explotan a semejantes, pero por tener un salario superior se consideran superior y, en la mayoría de los casos, creen poseer bienes.  Afirmamos “que creen poseerlos” pues los adquieren a crédito, a plazos de años, bienes que cuando finalicen de pagarlo ya no sirven más, pues el capitalismo también actúa sobre la vida útil de los mismos, al programar su obsolescencia en relación a la garantía, al plazo y a la novedad.

En realidad viven endeudados. Lo que los imperialistas hicieron y hacen con los países, endeudarlos para dominarlos y condicionarlos, las empresas y bancos imperialistas lo hacen con las personas que logran ingresos más allá del trabajo necesario; así se lo quitan, con la vista está puesta en el televisor de 42 pulgadas y la mente en cómo va a pagar la próxima cuota, los atrapa. Los programas de TV y las deudas por lo que creen “ser dueños” les ocupa la casi totalidad de las neuronas con actividad que poseen.

El dilema a resolver no es menor, de allí que insistamos en que la lucha debe darse en el plano cultural con toda intensidad. El dilema no es menor y agravaríamos su solución si no entendemos claramente que esos “conservadores” son trabajadores y que son necesarios rescatar para hacer posible todo proceso de cambio hacia una sociedad socialmente humana. Para que no se enfrenten, como en la guerra trabajadores contra trabajadores mientras ELLOS hacen grandes negocios. Para que se unan y derroten a los verdaderos enemigos de la humanidad. Y también hay que señalarles a los pequeños y medianos burgueses, campesinos, comerciantes y cuentapropistas que su destino en el capitalismo es la extinción de su clase, que lo entienda, que si no es por conciencia, que lo sea por instinto, que se protejan del futuro negro que su admirado amo los ha colocado, y que comiencen, al menos, dejándolo de admirar.

Nada es fácil, pero nada es imposible en los cambios sociales cuando se marcha hacia delante. Nos apoyan las leyes de la naturaleza. Leyes que requieren un elemento vital para que se cumplan, que las personas estén dispuestas a ponerlas en vigencia. Ello es la conjunción de la ciencia con la conciencia.

El dominio cultural del imperialismo posee su máxima expresión en los premios Nobel de Economía. Falsos, fraudulentos y mediocres al extremo. Lo desnudaremos, a todos, en los próximos números.

Oscar Natalichio
Centro de Investigaciones Económicas y Sociales (CIEYS)
26/12/2013

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