miércoles, 11 de diciembre de 2013

NOSOTROS O ELLOS Nº 58

EL IMPERIALISMO Y SUS GUERRAS: LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL (3)

Pero los planes de Inglaterra y Francia, que en lugar de preocuparse por lo que estaba ocurriendo en Alemania preparan sus tropas para enviarlas a Finlandia, se ven frustrados: el ejército rojo derrota al finlandés y se coloca en condiciones de ocupar la totalidad del país.

Sin embargo, en una acción que no tiene precedentes por parte de los vencedores, la URSS se limita a asegurar su frontera noreste para evitar que se la ataque por allí.

En marzo de 1940 se firma el tratado de paz. La frontera cercana a Leningrado (istmo de Carelia) se traslada. Parte de las penínsulas de Rybachi y Sredni se incorporan a la URSS y la península de Hanko fue arrendada por treinta años.

Mientras, los “aliados” continuaban con su “extraña guerra”. Ese mismo mes de marzo de 1940, Welles, subsecretario de estado de los EEUU, viaja a Europa para firmar la paz con Alemania y acordar, en conjunto, dirigir todas las acciones bélicas contra la URSS.

Pero los fascistas, que hasta ahora no habían enfrentado ninguna resistencia de los gobiernos “aliados”, no estaban dispuestos a incorporar nuevos socios. De hecho, ya lo tenían en los grandes monopolios de esos países, como la Ford Motors, por ejemplo.

Mientras eso ocurría, la URSS lograba recuperar la Ucrania occidental, la Bielorrusia occidental, Letonia, Lituania, Estonia, Bucarina y Moldavia y correr la frontera con Finlandia.

Alemania e Italia, mientras, preparaban la invasión a Francia e Inglaterra con el objetivo de sumar el poderío de esas potencias para fortalecerse. Contaban con muchos amigos locales y esperaban poca resistencia oficial. Ambas cosas sucedieron.

En abril de 1940 Alemania ocupa Dinamarca y Noruega, desde donde planea instalar una cabecera de puente contra Inglaterra. Los gobiernos burgueses de ambos países capitulan sin ofrecer resistencia. La resistencia sólo provino de grupo de trabajadores y patriotas.

El 10 de mayo de 1940 Alemania ocupa Francia, Holanda, Bélgica y Luxemburgo. Estas últimas tres naciones habían declarado su “neutralidad” para no ser parte de la guerra, en una clara muestra de ingenuidad política o de colaboracionismo encubierto.

Para justificar la invasión los nazis recurren al viejo y exitoso truco yanqui del acorazado Maine en la bahía de La Habana: la aviación alemana bombardea la ciudad alemana de Freiburg culpando de ello a la aviación holandesa y belga e informándole de ese “agravio” al pueblo alemán.

Una línea común por parte de los agresores: su propio barco destruyen los yanquis para “justificar” la guerra contra España; sus propios trenes destruyen los japoneses para “justificar” la declaración de guerra a China; sus propios aviones bombardean a su propia ciudad y a sus propios ciudadanos para “justificar” la invasión a Holanda y Bélgica. Armas de destrucción masiva declara Bush y “justifica” su invasión a Irak. Así actúan los monopolios, así es el imperialismo. En todas sus acciones la falsedad predomina, es su norma de conducta.

El 19 de junio Londres sufre el primer gran bombardeo aéreo alemán. Las acciones aéreas se mantienen durante meses hasta principios de 1941 constituyéndose esas acciones en las más importantes de la “extraña guerra”, por no decir las únicas.

Francia, la “poderosa Francia”, la vencedora de la guerra anterior, la que “triunfó” en la primera guerra mundial, no ofreció resistencia a la invasión Alemana. El 22 de julio de 1940 el gobierno de Petain, capitula. Indignados, los patriotas de toda Francia se unen para rechazar la ocupación. Los trabajadores comunistas y socialistas están a la vanguardia de la verdadera Resistencia.

Hitler divide en dos a Francia: la norte, ocupada por el ejército alemán, y la sur a cargo del capitulador y traidor Petain, colaboracionista que apoyaba a Hitler abasteciendo de materiales a su ejército y de mano de obra esclava a sus industrias, deportando trabajadores franceses para ser esclavizados y asesinados.

El 10 de julio es Italia la que invade el sur de Francia y es nuevamente Petain el que, el 24 del mismo mes, capitula.

En julio los fascistas italianos ocupan la Somalia británica en África, y en septiembre ingresan a Egipto. Una vez más queda demostrado que sólo la guerra producirá cambios sobre el reparto inicial del planeta efectuado por el imperialismo: De la Somalia británica a la Somalia itálica.

El 27 de septiembre de 1940 se firma, en Berlín, el “Pacto Tripartito” entre Alemania, Italia y Japón. En ese acuerdo se distribuyen “áreas de influencia”: Europa y África para Alemania e Italia, Asia para Japón.

En octubre Italia avanza sobre Grecia; el gobierno de este país está dispuesto a rendirse pero el ejército y la población ejercen una fuerte resistencia.

Europa está siendo totalmente ocupada, y ahora también África colonial, tal como lo preveía Hitler: no sólo sin un alto costo, sino con una enorme ganancia al disponer su ejército e industria de nuevas materias primas, nuevos alimentos, nuevos soldados y mano de obra esclava.

Nada, absolutamente nada dijeron los gobiernos de Inglaterra y los EEUU, como nada, absolutamente nada (salvo algunas “declaraciones” de compromiso) decían sobre los crímenes horrendos que los nazi-fascistas producían en las zonas ocupadas.

Comunistas, judíos, sospechosos, enfermos, sean éstos viejos o niños recién nacidos, debían ser exterminados. Sólo en la invasión a Polonia los nazis masacraron a más de seis millones de personas. A ellos hay que sumarles los asesinatos en todos los otros países ocupados desde Checoslovaquia a Francia con un factor común, un factor común que satisface a los monopolios y a sus gobiernos de Inglaterra y de los EEUU: los más buscados para ser asesinados eran, en primerísimo lugar, los comunistas.

Campos de concentración, campos de exterminio, diabólicos experimentos con seres vivos, genocidio, fusilamientos en masa “ejemplificadores”. Avanzaba el “nuevo orden”; la “moral fascista” en pleno auge, favorecida, impulsada, sostenida, mantenida, por los gobiernos de la “extraña guerra”: por el gobierno de Francia, ahora colaboracionista y por el de los EEUU e Inglaterra. Cómplices de la masacre e impulsores de que la misma se traslade, multiplicada, sobre la URSS.

La guerra tuvo, desde el inicio, un carácter imperialista, pero la Resistencia de los pueblos comenzaba a darle otro cariz: antifascista; y para no poco sectores: pro socialista, pues comprendían que el fascismo no es más que la manifestación más auténtica del imperialismo, la manifestación más sincerada de sus objetivos, la de mostrarse cómo son, donde, al decir del manifiesto comunista, “prevalece un régimen franco, descarado, directo, escueto de explotación”, donde prevalece un régimen que no deja en pié más vínculo “que el del interés escueto, el dinero constante y sonante que no tiene entraña”. Un régimen que únicamente idolatra al capital que vino al mundo “chorreando sangre y basura por todos los poros, de la cabeza a los pies”.  

Comentaban analistas políticos cubanos, refiriéndose al caso del niño Elián, que fueron fundamentales las decisiones del gobierno y pueblo cubano de exigir su  reintegro a la patria socialista. Que fueron  importantes las multitudinarias expresiones de apoyo de toda la sociedad cubana, en particular, las de sus niños y jóvenes en esa lucha titánica y justa. Pero todo ello no era suficiente, se necesitaba, además, contar con el apoyo de la propia opinión pública norteamericana; no la de sus dirigentes sino la de sus ciudadanos. Ciudadanos que deberían comprender que Elián era un niño secuestrado, un niño que era utilizado por un grupo mafioso que pugnaba por “legalizar” ese secuestro. No fue esa el primer caso en la historia en que la opinión pública obliga a su gobierno a tomar actitudes distintas a las planeadas.


La “extraña guerra” es un ejemplo de ello. Pese a declarar la guerra a Alemania, los “aliados”: Francia, Inglaterra y los EEUU, nada hacían, incluso nada hicieron cuando uno de ellos, Francia, fue ocupada con crímenes y genocidio denunciados y comprobados. Nada hicieron desde esa declaración formal del 3 de septiembre de 1939.

Los gobiernos de los países imperialistas estaban a cargo de las oligarquías financieras, constituyente el “estado mayor”, el verdadero poder. El poder es tremendamente conciente que es en la guerra donde se obtiene el máximo de plusvalía. Ya mencionamos que las condiciones laborales en un conflicto bélico son en extremo perversas, perversidad que va desde salarios casi inexistentes, jornadas prolongadísimas y condiciones ambientales desastrosas. Aunque poco de ello es posible si antes no se exalta el falso nacionalismo, si no se exalta la “defensa de la patria”, si no se exaltan “héroes”, a veces reales pero muchas veces inventados. Ese “estado mayor” que posee cada país imperialista, se unifica y conforma, en  alianzas, un “estado mayor conjunto”, que se enfrenta, exclusivamente por el dominio económico, con otro “estado mayor conjunto” rival.

Aún en guerra, esos “rivales” no luchan entre sí, simplemente compiten y ello sin dejar de hacer negocios entre ellos. Los que sí son enviados a la guerra son los pueblos y de allí, de esos pueblos  y no de sus oligarquías surgen los cadáveres, los mutilados, los enloquecidos, los huérfanos, las viudas, los destrozos del patrimonio cultural de la humanidad. Eso por un lado, por el otro, las oligarquías logran concentrar más poder dentro de sus respectivos territorios y obtiene y acumulan más ganancias con dinero empapado por la sangre de los pueblos en general.

Pero en esta guerra devastadora a los “estados mayores” se les escapó un dato, la Segunda Guerra Mundial no era una guerra “pura”; no era una guerra exclusivamente interimperialista. Ahora había otros actores presentes, actores que no compraban el discurso de los fascistas declarados, ni de los fascistas camuflados de democracia dentro de los “aliados”. Estaban presentes territorios no capitalistas donde las oligarquías financieras no podían operar. Y también estaban presentes y organizados, en los países imperialistas, los movimientos de trabajadores, conducidos por comunistas y socialistas, quienes, junto con el Ejército Rojo, jugaron un papel fundamental en la derrota del fascismo más activo y sanguinario.

Fueron los pueblos los que reaccionaron, fue la “opinión pública” de esos países la que comenzó a exigir a sus gobiernos actitudes más firmes, más comprometidas, más solidarias.             Continúa…

Oscar Natalichio
Centro de Investigaciones Económicas y Sociales (CIEYS)
11/12/2013

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