jueves, 9 de octubre de 2014


NOSOTROS O ELLOS Nº 158

NUESTRO CHE

He tenido el gran honor de dictar durante tres años la Cátedra del Che en la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo, estando a cargo del departamento de Extensión Universitaria y Asuntos Estudiantiles.

Cuando armé el programa de las clases lo primero que resolví es sobre la bibliografía. No incluiría ninguna otra que no fuese lo escrito y desarrollado exclusivamente por el Che, salvo algunas referencias de Fidel Castro sobre su camarada de ruta.

Esto, aclaro, no significa desconocer o subestimar los que otros revolucionarios o investigadores hayan escrito sobre él, sino, simplemente, tratar de sortear el aspecto subjetivo que siempre introducimos en nuestras interpretaciones y que, una vez introducida, nos permite deslizar parte de lo que pensamos nosotros y no siempre en correlación con el que expresó el concepto, la idea, el pensamiento.

A la Cátedra Libre la denominamos “El pensamiento vivo del CHE” y sus primeras clases se trasmitieron en vivo por la radio de las Madres. Pero en un momento determinado, para el año 2006, Inés Vázquez (con el acompañamiento de Felisa Miceli y Sergio Schoklender) me informa que ya no va más dicha cátedra, que se había “agotado el tema” y, obviamente, dejé de dictarla.

La bibliografía se refiere a las Obras Completas del Che, sin embargo, la misma editorial  (Editorial de Ciencias Sociales del Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1972) advierte que esa recopilación no contiene todo, pero sí una gran parte de su obra, que se ve reflejada en esta párrafo “el pensamiento revolucionario del Comandante Guevara, contenido en estos volúmenes, constituye, sin duda –junto a su acción consecuente- uno de los puntos culminantes en la trayectoria del hombre por su liberación definitiva”.
  
Los tres años de la Cátedra constituyeron una hermosa y fructífera experiencia que me permitió, en especial, conocer más profundamente a este ser excepcional, coherente en su vida con su pensamiento. Nada en él era superfluo y nada en él era perfecto pues era un ser humano, pero un ser humano revolucionario, un ser humano que brindó lo mejor de sí para que todos entendiéramos dónde se encontraba, en general, la salida a nuestras desgracias y padecimientos. El CHE fue un comunista cabal, un marxista-leninista, que dio su vida por el socialismo y que dio la mayor referencia para que sepamos cómo debe ser el HOMBRE NUEVO. ¡Seremos como el CHE!, juran los pioneros y ya, ese primer paso, en ingresar en la revolución con firmeza y alegría, garantizando su futuro.

El 18 de octubre de 1967, en la Plaza de la Revolución, se realiza una velada solemne  en memoria del Comandante Ernesto Che Guevara. Estas son algunas de las frases emitidas por el Comandante Fidel castro en su honor:

“…Porque Che reunía, en su extraordinaria personalidad, virtudes que raramente aparecen juntas. Él descolló como hombre de acción insuperable, pero Che no sólo era un hombre de acción insuperable; Che era un hombre de pensamiento profundo, de inteligencia visionaria, un hombre de profunda cultura. Es decir, que reunía en su persona al hombre de ideas y al hombre de acción.

“Pero no es que reuniera esa doble característica de ser hombre de ideas, y de ideas profundas, y de ser hombre de acción, sino que Che reunía, como revolucionario, las virtudes que pueden definirse como la más cabal expresión de las virtudes de un revolucionario: hombre integro a carta cabal, hombre de honradez suprema, de sinceridad absoluta, hombre de vida estoica y espartana, hombre a quien prácticamente en su conducta no se le puede encontrar una sola mancha. Constituyó por sus virtudes lo que puede llamarse un verdadero modelo de revolucionario…

“Trabajador infatigable, en los años que estuvo al servicio de nuestra patria no conoció un solo día de descanso. Fueron muchas las responsabilidades que se le asignaron: como presidente del Banco Nacional, como director de la Junta de Planificación, como ministro de Industrias, como comandante de regiones militares, como jefe de delegaciones de tipo político, o de tipo económico o de tipo federal…

“Y como revolucionario, como revolucionario comunista, verdaderamente comunista, tenía una infinita fe en la conciencia de los hombre. Y debemos decir que en su concepción vio con absoluta claridad en los resortes morales la palanca fundamental de la construcción del comunismo en la sociedad humana…

“Los imperialistas cantan voces de triunfo ante el hecho del guerrillero muerto en combate; los imperialistas cantan el triunfo frente al golpe de fortuna que los llevó a eliminar tan formidable hombre de acción. Pero los imperialistas tal vez ignoran o pretenden ignorar que el carácter de hombre de acción era una de las tantas facetas de la personalidad de ese combatiente. Y que si de dolor se trata, a nosotros nos duele no sólo lo que se ha perdido como hombre de acción, nos duele lo que se ha perdido como hombre virtuoso, nos duele lo que se ha perdido como hombre de exquisita sensibilidad humana y nos duele pensar que tenía sólo 39 años en el momento de su muerte, nos duele pensar cuántos frutos de esa inteligencia y de esa experiencia que se desarrollaba cada vez más hemos perdido la oportunidad de percibir.

“Nosotros tenemos idea de la dimensión de la pérdida para el movimiento revolucionario. Pero sin embargo, ahí es donde está el lado débil del enemigo imperialista: creer que con el hombre físico ha liquidado su pensamiento, creer que con el hombre físico ha liquidado sus ideas, creer que con el hombre físico ha liquidado sus virtudes, creer que con el hombre físico ha liquidado su ejemplo...

Un compañero (Luís K), lector de esta serie y un gran militante, ha enviado esta nota que escribiera el ejecutor del asesinato de este gran revolucionario. Este militar de “la obediencia debida” se ha dado cuenta de que el CHE sigue vivo y que él no, que él murió el mismo día que cumplió la orden de asesinarlo.


CARTA DE MARIO TERÁN QUIÉN ASESINÓ AL “CHE” GUEVARA...

"Cuando me tocó la orden de eliminar al Che, por decisión del alto mando militar boliviano, el miedo se instaló en mi cuerpo como desarmándome por dentro. Comencé a temblar de punta a punta y sentí ganas de orinarme en los pantalones. A ratos, el miedo era tan grande que no atiné sino a pensar en mi familia, en Dios y en la Virgen.

Sin embargo, debo reconocer que, desde que lo capturamos en la quebrada del Churo y lo trasladamos a La Higuera, le tenía ojeriza y ganas de quitarle la vida. Así al menos tendría la enorme satisfacción de que por fin, en mi carrera de suboficial, dispararía contra un hombre importante después de haber gastado demasiada pólvora en gallinazos.

El día que entré en el aula donde estaba el Che, sentado sobre un banco, cabizbajo y la melena recortándole la cara, primero me eché unos tragos para recobrar el coraje y luego cumplir con el deber de enfriarle la sangre.
El Che
, ni bien escuchó mis pasos acercándome a la puerta, se puso de pie, levantó la cabeza y lanzó una mirada que me hizo tambalear por un instante. Su aspecto era impactante, como la de todo hombre carismático y temible; tenía las ropas raídas y el semblante pálido por las privaciones de la vida en la guerrilla.

Una vez que lo tenía en el flanco, a escasos metros de mis ojos, suspiré profundo y escupí al suelo, mientras un frío sudor estalló en mi cuerpo. El Che, al verme nervioso, las manos aferradas al fusil M-2 y las piernas en posición de tiro, me habló serenamente y dijo: Dispara. No temas. Apenas vas a matar a un hombre.

Su voz, enronquecida por el tabaco y el asma, me golpeó en los oídos, al tiempo que sus palabras me provocaron una rara sensación de odio, duda y compasión. No entendía cómo un prisionero, además de esperar con tranquilidad la hora de su muerte, podía calmar los ánimos de su asesino.

Levanté el fusil a la altura del pecho y, acaso sin apuntar el cañón, disparé la primera ráfaga que le destrozó las piernas y lo dobló en dos, sin quejidos, antes de que la segunda ráfaga lo tumbara entre los bancos desvencijados, los labios entreabiertos, como a punto de decirme algo, y los ojos mirándome todavía desde el otro lado de la vida.

Cumplida la orden, y mientras la sangre cundía en la tierra apisonada, salí del aula dejando la puerta abierta a mi espalda. El estampido de los tiros se apoderó de mi mente y el alcohol corría por mis venas. Mi cuerpo temblaba bajo el uniforme verde olivo y mi camisa moteada se impregnó de miedo, sudor y pólvora.

Desde entonces han pasado muchos años, pero yo recuerdo el episodio como si fuera ayer. Lo veo al Che con la pinta impresionante, la barba salvaje, la melena ensortijada y los ojos grandes y claros como la inmensidad de su alma.

La ejecución del Che fue la zoncera más grave en mi vida y, como comprenderán, no me siento bien, ni a sol ni a sombra. Soy un vil asesino, un miserable sin perdón, un ser incapaz de gritar con orgullo: ¡Yo maté al Che! Nadie me lo creería, ni siquiera los amigos, quienes se burlarían de mi falsa valentía, replicándome que el Che no ha muerto, que está más vivo que nunca.

Lo peor es que cada 9 de octubre, apenas despierto de esta horrible pesadilla, mis hijos me recuerdan que el Che de América, a quien creía haberlo matado en la escuelita de La Higuera, es una llama encendida en el corazón de la gente, porque correspondía a esa categoría de hombres cuya muerte les da más vida de la que tenían en vida.

De haber sabido esto, a la luz de la historia y la experiencia, me hubiese negado a disparar contra el Che, así hubiera tenido que pagar el precio de la traición a la patria con mi vida. Pero ya es tarde, demasiado tarde...

A veces, de sólo escuchar su nombre, siento que el cielo se me viene encima y el mundo se hunde a mis pies precipitándose en un abismo. Otras veces, como me sucede ahora, no puedo seguir escribiendo; los dedos se me crispan, el corazón me golpea por dentro y los recuerdos me remuerden la conciencia, como gritándome desde el fondo de mí mismo: ¡Asesino!

Por eso les pido a ustedes terminar este relato, pues cualquiera que sea el final, sabrán que la muerte moral es más dolorosa que la muerte física y que el hombre que de veras murió en La Higuera no fue el Che, sino yo, un simple sargento del ejército boliviano, cuyo único mérito -si acaso puede llamarse mérito- es haber disparado contra la inmortalidad.

(declaración escrita o carta de Mario Terán, Suboficial )

EL PASO DEL CHE POR BOLIVIA NO FUE EN VANO. HOY SU FIGURA, SU PENSAMIENTO Y SU EJEMPLO VIVIRÁ DENTRO DE LOS CORAZONES DE MILLONES DE BOLIVIANOS.

Oscar Natalichio
Centro de Investigaciones Económicas y Sociales (CIEYS)
09 de octubre de 2014.


“Si queremos expresar cómo aspiramos que sean nuestros combatientes revolucionarios, nuestros militantes, nuestros hombres, debemos decir sin vacilación de ninguna índole: ¡QUE SEAN COMO EL CHE! Si queremos expresar cómo queremos que sean los hombres de las futuras generaciones, debemos decir: ¡QUE SEAN COMO EL CHE! Si queremos decir cómo deseamos que se eduquen nuestros niños, debemos decir sin vacilación: ¡QUE SE EDUQUEN EN EL ESPÍRITU DEL CHE! Si queremos un modelo de hombre, un modelo de hombre que no pertenece a este tiempo, un modelo de hombre que pertenece al futuro, ¡de corazón digo que ese modelo sin una sola mancha en su conducta, sin una sola mancha en su actitud, sin una sola mancha en su actuación, ESE MODELO ES EL CHE! Si queremos expresar cómo deseamos que sean nuestros hijos, debemos decir con todo corazón de vehementes revolucionarios: ¡QUEREMOS QUE SEAN COMO EL CHE!”  (Fidel)

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