martes, 11 de septiembre de 2012

El legado de Salvador Allende: “de los trabajadores es la victoria”


Este 11 de septiembre se cumplen 39 años del golpe de estado fascista que terminó con el gobierno legítimamente constituido del doctor Salvador Allende (1908-1973) y que abortó, los procesos democráticos y revolucionarios, emprendidos en Chile durante su mandato.

Allende llegó al poder mediante una amplia coalición de partidos políticos y fuerzas sociales, que elaboraron de forma conjunta lo que se denominó el programa de gobierno de la Unidad Popular.  Entre estas vigorosas expresiones políticas se encontraban los partidos siguientes: Comunista, Socialista, Radical y Social Demócrata, el Movimiento de Acción Popular Unitaria y la Acción Independiente.

Tres años duró el titánico esfuerzo del gobierno de izquierda chileno por emprender las transformaciones que urgían en la nación suramericana, hasta que un 11 de septiembre de 1973,  las fuerzas de la reacción nacional y el imperialismo norteamericano, rompieron el orden constitucional, perpetrando el sanguinario golpe de estado que llevó a Allende a su inmolación, a su sacrificio heroico y revolucionario, siendo fiel a su juramento presidencial  hasta sus últimos momentos.

Las palabras finales del presidente, a través de Radio Magallanes, fueron proféticas ese 11 de septiembre, cuando los militares chilenos, comandados por el genocida Augusto Pinochet, iniciaron  el brutal ataque aéreo y el posterior asalto al Palacio de la Moneda.
Allende profetizó que un día, más temprano que tarde, la democracia avanzaría en América Latina, y  que se  “abrirían las amplias alamedas”, para un ser humano nuevo, constructor de un orden distinto.

La vía chilena hacia el socialismo, como se denominó la experiencia de ese pueblo y de ese gobierno suramericano, a diferencia del resto de los procesos electorales ganados por la izquierda democrática latinoamericana y arrebatados, en esa década y en las anteriores (en nuestro caso, el fraude electoral y la imposición militar de 1972 y 1977) por las derechas y las castas militares incondicionales al poder, significó un hecho inédito en Latinoamérica. Por primera vez, una izquierda como la chilena, llegaba al ejercicio del ejecutivo.

Allende, al igual que su homólogo, el presidente guatemalteco Jacobo Árbenz (forzado a renunciar en junio de 1954), fueron víctimas de la conspiración antipopular, amparada por la CIA y que tuvo como su punta de lanza, la traición de las fuerzas armadas a la constitución y al estado de derecho. El ejército cumplió entonces, el papel asignado por el poder: ser el custodio de los intereses minoritarios  y el carnicero del pueblo indefenso.

Desgraciadamente estos mismos procesos se repiten, salvando los contextos históricos y sus características. El fascismo emerge en su rostro más monstruoso, como el instrumento de los grupos financieros nacionales y trasnacionales. Emerge con el pasado golpe de estado en contra del presidente hondureño Manuel Zelaya.  Emerge con los intentos fallidos de desestabilización a los proyectos democráticos del cono sur. Emerge con las políticas de crudo neoliberalismo aplicadas a nuestra región centroamericana, que nos endeudan cada día, hipotecando nuestra soberanía nacional. Emerge con el lenguaje seductor del populismo de derecha, que a nadie engaña, en el presente ámbito nacional.

En el caso del Chile de Allende, de la Guatemala de Árbenz, de la Honduras de Zelaya, o de los intentos golpistas en la Venezuela del presidente Chávez, estos procesos han tenido como escenario previo, un clima de inestabilidad política, social y económica, auspiciado por la derecha y su espectro de partidos políticos,  en contubernio con sus recursos ideológicos: los medios de comunicación masiva, las iglesias, las gremiales privadas y las organizaciones fantasmas.

Allende y el proceso chileno constituyen un legado democrático, para América Latina. El pensamiento del presidente Allende y la experiencia chilena, deben ser leídos y analizados, en el escenario del siglo XXI. Su testimonio constituye una fuente inagotable que puede iluminar nuestra actual realidad nacional, regional y latinoamericana.

Allende representó un modelo de conducta política, basada en la honestidad, la ética, y en una profunda convicción de los lazos indisolubles entre gobierno y pueblo. Dos realidades que son insoslayables en la construcción y en el ejercicio del poder popular.

Vivimos en El Salvador, una experiencia inédita y compleja.  Los escenarios, sin lugar a dudas,  son otros. El capitalismo internacional vive una severa crisis que nos golpea, y que representa una variable determinante en los procesos políticos, sociales y económicos de un gobierno empeñado en cumplir con su oferta electoral. Sin embargo, y pese a todos los problemas, se han llevado a cabo en estos años, verdaderos avances en una política social que ha paleado, en la medida de las posibilidades, una nefasta herencia dejada por los años de gobiernos areneros. Continuar con los cambios y empoderar al pueblo en un próximo gobierno es una imperiosa necesidad.

Sólo siendo fieles al mandato popular, podremos escuchar y valorar, a través de la historia, las palabras del  presidente Salvador Allende, en esa salutación, en ese compromiso con los trabajadores y trabajadoras, que deben ser siempre el punto de partida y de llegada, de todo gobierno que se precie de ser gobierno por la voluntad, por la confianza, por la esperanza popular: “De los trabajadores es la victoria. Del pueblo sufrido que soportó, por siglo y medio, bajo el nombre de Independencia, la explotación de una clase dominante incapaz de asegurar el progreso y de hecho desentendida de él. La verdad, lo sabemos todos, es que el atraso, la ignorancia, el hambre de nuestro pueblo y de todos los pueblos del tercer mundo, existen y persisten porque resultan lucrativos para unos pocos privilegiados. Pero ha llegado, por fin, el día de decir basta. Basta a la explotación económica. Basta a la desigualdad social. Basta a la opresión política. Hoy con la inspiración de los héroes de nuestra patria, nos reunimos aquí para conmemorar nuestra victoria de Chile y también para señalar el comienzo de la liberación. El pueblo al fin hecho Gobierno asume la dirección de los destinos nacionales”. (*)

(*) Fragmento del Discurso inaugural. Estadio Nacional, Santiago de Chile, 5 de junio de 1970. Tomado de: “Salvador Allende, la vía chilena hacia el socialismo”, Editorial Fundamentos Madrid, España, 1971., p.9.

 

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