EL MISTERIO DE LA INFLACIÓN
Capital, Fuerza de Trabajo,
precio, valor, etc. son categorías económicas, es decir, son expresiones
teóricas (abstracciones) de las relaciones sociales de producción, las que, a
su vez también conforman una categoría.
Esas expresiones teóricas son
objetivas, al reflejar la esencia de los fenómenos de la propia realidad objetiva.
Poseen carácter histórico están en constante movimiento sujeto a cambios. Cada
modo de producción mantiene categorías anteriores y, fundamentalmente, elabora
nuevas categorías.
Cada categoría económica
representa un concepto lógico que, en forma abstracta, caracteriza la esencia
de uno u otro fenómeno económico. Utilizar categorías contribuye al
conocimiento de las leyes económicas y facilita su estudio. Dicho de otra
manera: nos permite ver lo que a simple vista no se observa.
La autora del artículo confunde
categorías y las resume todas en el concepto “inflación”. Al hacerlo diluye la
posibilidad de entender el fenómeno en sí, pues cada categoría posee su propia
identidad y al confundirlas o colocarlas a todas en un mismo vaso, los
fenómenos que se exteriorizan son, al menos, confusos.
Siempre que se analiza una
categoría, por ejemplo, “inflación” hay que comenzar a definir qué es lo que se
está analizando, qué es inflación. Y luego desarrollar, vía abstracciones, qué
es lo que la produce, cuáles son sus efectos, quienes son los que son afectados
y quienes no y porqué causa no afecta a todos, o sí.
Comenzaremos con la abstracción:
Suponemos un mundo donde hay sólo 100 habitantes, como bienes 100 inodoros y
como moneda circulante sólo 100 pesos. Ante la pregunta ¿cuánto vale cada
inodoro, qué respondería? Cada inodoro vale un peso. ¿Por qué?
Porque el precio de los bienes se refleja en el precio de otro bien que posee
una característica especial, que actúa como equivalente, que es el dinero (que
es a su vez otra categoría que en esta nota no vamos a tratar). ¿Qué
sucede si se emite otros 100 pesos sin producir ningún nuevo inodoro? El
inodoro pasa a valer dos pesos. ¿Qué sucede si no se emite ni se producen
más inodoros pero la gente se pelea y en esa guerra se destruyen 50 inodoros? Ahora
nos encontramos con un planeta donde hay 100 pesos y cincuenta inodoros. ¿Cuál
será entonces el valor de cada uno de ellos? Continuando con el mismo
razonamiento: dos pesos. ¿Y si producimos 100 inodoros más sin
emitir? Ya no dudamos: cada inodoro pasará a valer 50 centavos.
Ya estamos en condiciones de
definir (sintéticamente) el concepto “inflación”. “Exceso de papel moneda en los
canales de circulación que rebasa las necesidades económicas reales”.
Es claro que, al no producir sólo
inodoros, al no ser sólo 100 habitantes, al no haber emitido únicamente 100
pesos, la exteriorización del fenómeno se complica y mucho, pero no por ser
complicado deja de responder a este simple razonamiento. Desde ya que, por
parte de la derecha, hay extrema necesidad de que no se lo vea tan simple, es
más, de que no se observe su verdadera esencia y más aún, cuando no pueden
ocultarla, extienden el concepto categoría a otras categorías, como carestía,
salarios, política fiscal, logrando que la confusión sea tan grande hasta obtener
que se afirmen barbaridades tales como estas: “un incremento desmedido de
salarios produciría un proceso inflacionario”.
Definimos sintéticamente la
categoría “inflación” y ahora pasamos (también sintéticamente) a definir dónde
tiene su origen la emisión descontrolada que la produce, ese “exceso de papel
moneda en los canales de circulación” y en cada caso nos preguntaremos si eso
es lo que nos está sucediendo hoy a nosotros:
1.
Déficit presupuestario. El Estado emite para
equilibrarlo. Pasó en muchos pasajes de nuestra historia, entonces era
causa notoria del incremento de los precios por ese “efecto inodoro” que
mencionábamos. Pero: ¿ahora hay déficit? Por lo que sabemos no lo hay, al
contrario, hay superávit tanto primario como secundario. Desde esa óptica de la
realidad objetiva no podemos hablar de inflación.
2.
Generados por las guerras y las carreras
armamentísticas. La destrucción de bienes o el desvío de recursos a
áreas improductivas que luego no se rescatan obligan a los Estados a emitir sin
que existan bienes nuevos que justifiquen esa emisión. ¿Estamos en guerra? Por
suerte no. ¿Estamos rearmándonos de manera excesiva? Por suerte no. Desde esa
óptica de la realidad objetiva tampoco podemos hablar de inflación.
Entonces ¿por qué hablamos tanto
del concepto inflación si dos de sus principales causas no existen? Porque
somos tontos o, si se quiere expresarse con menos auto-agresividad: porque
somos ingenuos y continuamos utilizando para nuestros análisis la metodología y
las tergiversaciones a las palabras que aplica el imperialismo, que no sólo no
dejó de existir sino que su grado de concentración es mayúsculo y en donde en
esa concentración se fijan precios, tasas de ganancia y predomina el capital
financiero, exclusivamente especulador, que no genera bienes (riqueza) ni
siquiera plusvalía. Por eso es depredador en extremo, de nuestra calidad de
vida como trabajadores (activos, pasivos o desocupados) y de la de destrucción
de otros capitalistas en pequeño, medianos y hasta grandes.
En nuestro país en este momento hay “carestía” no inflación. Y son
conceptos muy distintos. Pues la carestía la llevan adelante los formadores de
precio, las empresas concentradas del producto base, que serán, a lo sumo unas
cien como los inodoros.
Hacernos decir que hay inflación
y no carestía es un verdadero triunfo en el dominio cultural de los monopolios,
pues inflación es impersonal, es el Estado y carestía es personal, es el
monopolio NN o XX. Los monopolios y sus economistas y contables acuñaron el
concepto falso de inflación de costos, separado de la emisión. Lo hicieron
porque en su forma capitalista de registrar el salario es un costo (no el que
genera el nuevo valor) y, por tanto, un incremento de salarios es trasladado
automáticamente al precio. Entonces ¿para qué pedimos incrementos de salarios?
¿Para estar mejor? No. En la mayoría de los casos es para compensar la
“inflación” que no existe, pero sí existe el mayor precio que estamos pagando
por lo que consumimos y es en realidad lo que intentamos compensar sin saber o
sabiendo que en pocos meses lo perdemos nuevamente. Y hasta nos podemos sentir
culpables por haber solicitado que nos paguen más pues ahora consumimos menos
que antes (salario real) y ganamos más (salario nominal).
Si ha habido más consumo no se ha
debido a una mejora del salario real, mejora que se produce sí en los primeros
meses. Si ha habido más consumo, se debe a que unos millones de compatriotas
obtuvieron trabajo y ahora consumen y producen plusvalía, que un par de
millones pudieron jubilarse y consumen y que millones de niños reciben una
asignación y también consumen. Pero el otorgamiento de préstamos a largo plazo
y “sin intereses” para la compra de electrodomésticos y aparatos de
comunicación que estaban quedando obsoletos aumentó las ventas y ahora el
comprador se encuentra con una suma acumulada de cuotas deudas que le impiden
mantener el ritmo de consumo.
Todos esos fenómenos encuentran
un solo canal, culpar a la inflación que no existe, al menos, en la dimensión
que se le otorga. La inflación no es golpista, la carestía sí. El gobierno
domina la inflación, pero no ha sabido poner límites a los formadores de
precio, que utilizan varios artilugios para incrementar su cuota de ganancias.
La botella de litro se convierte en 970cc, luego en 950 cc. Luego en 720 cc.
Luego en 700 cc. No pasa de un litro a 700 cc. Nos daríamos cuenta, pero en el
devenir histórico los inodoros se hacen más pequeños y bajar de peso para poder
usarlo es salud. Y no hablemos de la calidad, aceites donde freír casi equivale
a hervir y ello nos ayuda a tener bajo el colesterol.
La carestía es golpista, la
llevan adelante los grandes grupos formadores de precios y se manifiesta en las
cadenas de distribución donde el consumidor compra y paga, simultáneamente el
producto caro a los monopolios y el impuesto al Estado antes de llegar a su
casa, a comerlo si se trata de alimentos o ver a Tineli si se trata de un
plasma.
Hay leyes, pero no se aplican.
Lean el 14 bis de nuestra Ley de Leyes, y no se aplica, la Ley de
Abastecimiento y no se aplica. Pretender que economistas K, Y o Z las consideren
es un poco utópico. Para que esas leyes se apliquen (pues existen) debe
exigirlo el pueblo organizado. Esa enorme mayoría que no son formadores de
precios sino saqueados por ellos. Pero deben tener muy en cuenta que lo que
sucede en nuestro país no es un proceso inflacionario que los incluye sino un
saqueo masivo e ininterrumpido a su calidad de vida producido por (como mucho)
cien mil habitantes en un país de 40 millones.
El tema da para más, pero iniciar
por el principio no es malo. No alimentemos a los sanguinarios que levantan la
inflación como bandera, denunciémoslo, pues ellos son los que producen la
carestía que nos agobia a la vez que los continúa enriqueciendo. No somos
nosotros los culpables de nuestras propias desgracias.
Oscar Natalichio
(oscarnatalich@fibertel.com.ar)
7 de agosto de 2012
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